El mar y la mar

Asomarse a una ventana, es un hecho cotidiano y a menudo anodino, seguro que para los transeúntes que muchos días pasaban por aquella calle y por casualidad vieran a aquel hombre que se asomaba todos los días a la ventana, hiciese buen tiempo o malo, no repararían en sus ojos cansados y melancólicos. Cuando los ojos están tan así, de esa manera, es porque sobre ellos pesan muchas historias, deseosas de que alguien pregunte sobre ellas y las haga revivir.
Aquel hombre se llamaba Mateo, y a menudo se le olvidaba su nombre, pero nunca lo que vivió como pescador en el mar, cuando sus compañeros se referían a él como “el Amarras”, cuando lo hicieron por primera vez le molestó, pero no había pasado un año, cuando si alguien lo llamaba por su nombre de pila, no respondía y seguía caminando, si lo llamaban por su apodo se henchía como las velas al viento, era un hombre de mar, no cabía la duda, formaba parte de un colectivo y eso para él era mucho.

Poco después del día de difuntos de aquel año, llegó una joven estudiante que llamó a la puerta de su casa, llegó como tantas cosas por casualidad. La chica se llamaba Marina, no sabemos si por casualidad. Estudiaba arquitectura y llamó a la puerta de aquella casa, atraída por la construcción sólida y austera. Llamó al timbre, espero paciente unos minutos de esos que parecen horas y obtuvo su recompensa, Mateo salió a recibirla, extrañado de que una joven que no fuese la cartera, viniese a visitarle. Marina explicó rápida y concisa a Mateo el motivo de su visita y aquel lobo de mar cuya memoria olía a salitre, mudó su expresión de melancolía y dibujó sin esfuerzos, de manera natural (era un hombre que no sabía disimular) su mejor sonrisa, la de las grandes ocasiones. Mostró con amabilidad aquel viejo inmueble a Marina, ella como alumna aplicada tomaba nota, estuvo casi una hora de las que parecen unos pocos minutos preguntando a Mateo y este respondía sin cansancio, después vino la recompensa para Mateo, invitó a la chica a café, ella aceptó sabiendo que ahora tocaba escuchar. Mateo habló largo y tendido como hacía años no lo hacía, parecía como ese actor en paro que durante años ha ensayado su mejor monólogo y no encuentra público que lo escuche, ahora si lo tenía, una sola persona pero atenta y agradecida, que escuchaba embebida las historias que iba desgranando Mateo mientras el café se enfriaba, al final de su discurso plagado de vivencias, Mateo dijo que la mar y el mar, son mujer y hombre a la vez, como una mujer fatal, de belleza espléndida que enamora y traiciona y como ese amigo fiel que decepciona tras acogerte.

Marina salió de la casa con felicidad agridulce, al salir a la calle, Mateo estaba en la ventana la despidió con la mano, después se quedó mirando a la mar o el mar, mirando a esa mujer fatal de la que sigue enamorado pese a todo y a ese amigo que no fue tan fiel, pero que aún le habla y le mira a la cara.

Textos: Pedro Maximiano Cascos

El mar

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