Invisible. Desde niña sueño con ser invisible, con estar en un lugar donde lo vea todo y nadie me vea. Y hoy…
Estación de Atocha. Me siento al lado de un chico de rasgos orientales y le digo buenas tardes. Enfrascado en su móvil, ni mira ni contesta. A los cinco minutos, se va sin despedirse. Me levanto y me siento al lado de un chico con gafas que mira hacia el costado como esperando a alguien. Carraspeo y le digo buenas tardes. Silencio, roto por las ruedas de una maleta y por la megafonía anunciando la salida de un tren. Se pone a trastear en su móvil y yo cojo el mío. Con cuidado —¿para que no se dé cuenta?— hago una foto a otro chico sentado frente a mí. Me cambio de asiento y voy a su lado. Otro buenas tardes sin respuesta. Entro en Instagram y publico la foto que acabo de hacer, con una frase: los ojos de las personas viven en las pantallas. Miro de reojo y me doy cuenta de que en su teléfono aparece mi entrada. Da un like. Después me llega un comentario que dice: muy contento de que una chica tan guapa se haya fijado en mí. Le contesto que gracias y empezamos a mandarnos mensajes, a dónde vas, de dónde vienes… Así un cuarto de hora, hasta que le envío dos emoticonos, el de un tren y el de una mano despidiéndose. Me escribe que ha sido un placer y que, si quiero, quedamos otro día para charlar. Con un hilo de voz le digo hasta mañana. Su respuesta vibra entre mis manos, ok, hasta mañana, y muchos corazones. Mis ojos se quedan en la pantalla de @siempreconectado y los suyos en la mía.
Invisible. Desde niña sueño con ser invisible, con estar en un lugar donde lo vea todo y nadie me vea. Y hoy…
Estación de Atocha. Casi lo consigo.
Texto: Arantza Alava