En Santiago de Compostela, la lluvia no detiene el ritmo de la vida. Cada gota forma parte del paisaje, acompañando a peregrinos, locales y viajeros en su tránsito por plazas y calles empedradas. Bajo paraguas de colores, la ciudad revela su esencia: un lugar donde la lluvia se convierte en compañera, nunca en obstáculo.
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