Sirenas de arena

       Era una tarde de un ya tardío verano, que se resistía a desaparecer. Ana jugaba con su primo Mario en la arena de la playa mientras los mayores paseaban a los perros y hablaban de sus cosas. La brisa del mar hacía acto de presencia. Ana permanecía ajena a los perros, a sus padres y a sus tíos, en aquel momento le bastaba la compañía de Mario y sentir la brisa mientras se afanaba en hacer figuras en la arena que le mostraba ufana a su primo.

-Tú sólo sabes hacer castillos y con la ayuda del cubo. Ana terminaba de hacer una larga hilera de sirenas.

-¿Qué son?. Preguntó Mario.

-Son sirenas.

-Parecen peces fritos.

-Tú eres un bruto, sin sensibilidad artística.

Mario se calló y agachó su cabeza. Ana se sintió pesarosa creyendo que había ofendido a su primo.

-Coge un puñado de arena.

Mario, obediente lo hizo. Ella tomó su mano y guiándola hicieron una hermosa sirena.

-Esta sirena viajará por todos los mares del mundo. Dijo Ana, casi a modo de sentencia.

-¿Por qué los sabes?. Preguntó Mario.

-Lo sé. Ana respondió muy segura. Nunca más volvería a responder así.

Ahora con treinta y cinco años, vive sola en un pequeño apartamento de Berlín. Cuando no puede dormir cuenta sirenas de arena y recuerda una tarde de verano con brisa, lejanos ladridos de perros y un niño que miraba embelesado cuanto decía y hacía y del que no recuerda su nombre, para Ana ha quedado como el niño de las sirenas de arena.

Mario con treinta y cuatro años, vive casado con una mujer a la que dejó de amar, se llama Ana y cuando la conoció pensó que era una de esas sirenas de arena que había cobrado forma humana. Cuando no puede dormir recuerda a esa Ana, ¿dónde estará? Ni se acordará de él, es lo que piensa. Llevará una vida aventurera con numerosos amantes y viajes, una vida intensa donde no cabe la rutina, no como la suya, en la que ha perdido la sonrisa y se ha quedado la mueca.

Texto: Pedro Maximiano Cascos