Manoel y Ganda. (Badajoz, añoranza . Lisboa, saudade.)

Con los primeros días del otoño y tras haber cumplido con mis obligaciones en la feria ganadera de Zafra. Decidí llamar a Manoel, portugués de setenta años, hombre de campo jubilado, que tantos años había trabajado en la raya y al que conozco desde que tenía cinco años y él era un hombre curtido, afanado en sacar a sus cuatro hijas adelante. Estaba casado con Elvira, una extremeña costurera de Cheles, con la que ahora tras una vida laboral muy laboriosa y de privaciones, disfrutan de una placidez viviendo en Badajoz en un modesto y acogedor pisito del barrio de San Roque. Todo por estar más cerca de las hijas y los nietos, me cuenta, ya que él añora su Alentejo y de vez en cuando ver el océano desde Lisboa y Elvira su Cheles natal. Para paliar tanta añoranza o saudade, se me ocurrió hacer un breve viaje a la capital lusa con ellos, se nos apunto Raúl, su nieto mayor de siete años, por suerte un niño dócil.

Llegamos bien, sin agobios y tras una frugal comida en una cafetería cercana al hostal donde nos alojamos, nos acercamos a ver la torre de Belém, Manoel o también Manuel, pues lleva más años en España que en Portugal, ejercía de improvisado guía turístico, recordaba sus años mozos cuando siendo un adolescente de incipiente barba trabajo como chico de los recados para un boticario, por comida y techo y algunos escudos. Nos contaba lo que ya sabía de esa etapa de su vida, no contó nada de la chica rubia que fue su primer amor, la presencia de Elvira y su nieto lo impidió. Cuando le preguntan si se siente más español o portugués, él dice que es íbero-lusitano, pastor que defiende a los suyos como legítimo descendiente de Viriato. Habla un fluido español con fuerte acento de Badajoz (Badahó), un refinado portuñol y un arcaico portugués que cuando lo habla su voz se llena de saudade. Nos empezó a contar sobre la Torre de Belém, emblema de Lisboa, comenzó a ser construida por el arquitecto Francisco de Arruda en tiempos de Manuel I , tengo un nombre de rey para un hombre de campo solía bromear, nos siguió hablando de la torre y sus influencias mozárabes y de que el arquitecto era el mismo del Monasterio de los Jerónimos. Nos habló de la historia de Ganda el rinoceronte, que había sido un regalo para Alfonso de Alburquerque, por entonces gobernador de la India portuguesa y este se lo envío a Manuel I, despertó mucho interés en su época, tanto que como atracción de feria, fue enviado a Roma y murió en el viaje, Manuel decía que ese pobre animal murió no de pena, si no de saudade que no es lo mismo y que a los animales que son más sentidos que las personas les agarra por dentro muy fuerte hasta llevarlos a la muerte, Manuel calló por un instante que parecieron horas tras la charla que nos dio y miró el horizonte del Atlántico con la mirada cansina y algo apagada, Elvira y yo mirábamos a Manuel atentos, tal vez pensando lo mismo.

Textos: Pedro Maximiano Cascos

Mirador del Atlantico